“Que extraño se hace volver a competir”.
El viernes me enviaron un correo sorpresa diciendo que estaba inscrito a una carrera. ¡Coña, pero si no me he apuntado! Resulta que era la carrera suspendida hace un año y cuatro meses, justo la semana antes del confinamiento.
De repente vuelven los nervios, la tensión de no dormir como si fuera un principiante. Ya no te acuerdas del sufrimiento de la competición.
En la salida, varios compañeros de Macotera con las mismas cosquillas en el estómago que yo.
Calientas y se te pasa por la cabeza que no estás preparado, que es demasiado pronto, que mejor me voy a casa y lo dejo para otro día…
Al final ves a los rivales de siempre y te vas a la salida. Con la mascarilla que no sabes si llevarla puesta o en el brazo y llegas y están todos los sitios ocupados y toca salir atrás del todo por llegar el último (error por no saber cómo son ahora las carreras).
Luego te quitas la mascarilla y a correr adelantando a todos los que puedes, pero el grupo de cabeza ya se te ha ido.
Vuelves a notar la boca seca, la quemazón en los pulmones y la flojera de piernas de las competiciones, algo que ya tenías olvidado.
Salimos al camino que va paralelo a la vía verde. Un camino polvoriento y rápido. Al dar la curva puedes ver el monte de la batalla de Arapiles y el sol empezando a atardecer.
Luego es volver por la vía verde, un camino rápido y llano.
En la meta vuelves a ponerte la mascarilla pero no respiras bien por el esfuerzo y necesitas quitártela para respirar un poco.
Vuelves a reencontrarte con la gente que dejaste y todos con el mismo deseo de volver a vivir como antes. Al menos lo podemos seguir contando.